La autodestrucción de la democracia
No voy a ser pesado y no voy a hablar del nuevo partido que ha obtenido representación parlamentaria en la comunidad andaluza, si no de la deriva ideológica que nuestra sociedad está mostrando.
Si ya nos echábamos las manos a la cabeza cuando Le Pen obtuvo la segunda plaza en Francia, ahora nos toca a nosotros. No pusimos nuestras barbas a remojar y, por eso, nos ha pillado por sorpresa.
El discurso contra el extranjero, el discurso contra las mujeres, el discurso contra la protección y los derechos de los animales, el discurso nacionalista son en definitiva el subconsciente que muchos de nosotros ya conocíamos de primera mano, se lo escuchábamos a algún conocido o incluso a algún amigo o amiga. Ese discurso que siempre pensábamos que nunca tendría cabida en nuestro arco parlamentario, la tiene. Y con mucha fuerza.
¿Cómo es posible que gente humilde y trabajadora vote a idearios totalmente reaccionarios con los movimientos de lucha obrera?
La corrupción política podría ser una razón, el hartazgo de no encontrar algún partido representativo, se castiga sin muy saber con que se está castigando al sistema. Si bien es cierto que los programas centralizadores se oponen a la dispersión del poder y de la economía, estos se hayan precisamente representados en una de las ramas del sistema autonómico de nuestro país, algo que, sin duda, es contradictorio.
La unidad nacional, en mi opinión, es la baza más fuerte. Frente al reto catalán, en vez de encontrar soluciones democráticas, la ciudadanía está tomando una vía unilateral (si bien muchos de ellos criticaban la catalana) con la imposición de la identidad y los símbolos que la representan.
El discurso nacionalista invoca lo sentimental, lo irracional, lo visceral. Nos lleva por el camino en el que la ofensa a los sentimientos es un delito.
Y en ello estamos, si bien ya ha habido juicios a titiriteros, cómicos, tuiteros y raperos por el mero hecho de ofender el sentimiento de alguien a algo (España no es un ente físico, sino judicial y político), caminamos ineludiblemente hacia la autocensura y, lógicamente, hacia la censura.
La lucha por los derechos de los animales es algo que escuece a esta ideología fundamentalista y católica, en la que el ser humano está por encima de los demás seres vivos. La perspectiva de que el ser humano es ajeno a su entorno ha sido desmontada hace ya muchos años, intentando cambiar el paradigma para respetar nuestro único planeta habitable conocido.
Y si ya entre nosotros, sin la necesidad de la fuerza del Estado, somos capaces de censurar, calumniar y desprestigiar a nuestros semejantes por ofensas que son ridículas, no nos alarmemos cuando salga elegido un partido totalitario y retrógrado. Nosotros mismos lo estamos cultivando.
No olvidemos que Hitler llegó al poder votado por sus conciudadanos, hartos del sistema, quienes buscaban una solución. No nos volvamos a equivocar. No nos volvamos a autodestruir.
Si ya nos echábamos las manos a la cabeza cuando Le Pen obtuvo la segunda plaza en Francia, ahora nos toca a nosotros. No pusimos nuestras barbas a remojar y, por eso, nos ha pillado por sorpresa.
El discurso contra el extranjero, el discurso contra las mujeres, el discurso contra la protección y los derechos de los animales, el discurso nacionalista son en definitiva el subconsciente que muchos de nosotros ya conocíamos de primera mano, se lo escuchábamos a algún conocido o incluso a algún amigo o amiga. Ese discurso que siempre pensábamos que nunca tendría cabida en nuestro arco parlamentario, la tiene. Y con mucha fuerza.
¿Cómo es posible que gente humilde y trabajadora vote a idearios totalmente reaccionarios con los movimientos de lucha obrera?
La corrupción política podría ser una razón, el hartazgo de no encontrar algún partido representativo, se castiga sin muy saber con que se está castigando al sistema. Si bien es cierto que los programas centralizadores se oponen a la dispersión del poder y de la economía, estos se hayan precisamente representados en una de las ramas del sistema autonómico de nuestro país, algo que, sin duda, es contradictorio.
La unidad nacional, en mi opinión, es la baza más fuerte. Frente al reto catalán, en vez de encontrar soluciones democráticas, la ciudadanía está tomando una vía unilateral (si bien muchos de ellos criticaban la catalana) con la imposición de la identidad y los símbolos que la representan.
El discurso nacionalista invoca lo sentimental, lo irracional, lo visceral. Nos lleva por el camino en el que la ofensa a los sentimientos es un delito.
Y en ello estamos, si bien ya ha habido juicios a titiriteros, cómicos, tuiteros y raperos por el mero hecho de ofender el sentimiento de alguien a algo (España no es un ente físico, sino judicial y político), caminamos ineludiblemente hacia la autocensura y, lógicamente, hacia la censura.
La lucha por los derechos de los animales es algo que escuece a esta ideología fundamentalista y católica, en la que el ser humano está por encima de los demás seres vivos. La perspectiva de que el ser humano es ajeno a su entorno ha sido desmontada hace ya muchos años, intentando cambiar el paradigma para respetar nuestro único planeta habitable conocido.
Y si ya entre nosotros, sin la necesidad de la fuerza del Estado, somos capaces de censurar, calumniar y desprestigiar a nuestros semejantes por ofensas que son ridículas, no nos alarmemos cuando salga elegido un partido totalitario y retrógrado. Nosotros mismos lo estamos cultivando.
No olvidemos que Hitler llegó al poder votado por sus conciudadanos, hartos del sistema, quienes buscaban una solución. No nos volvamos a equivocar. No nos volvamos a autodestruir.

Comentarios
Publicar un comentario